domingo, 30 de noviembre de 2008

La manzana prohibida

(de Tomás Juárez Beltrán)

Hacía tiempo que el viejito recorría junto a su mujer las góndolas del supermercado.

“Cuándo terminará con estas malditas compras” pensó aburrido mientras empujaba el carrito hacia el sector de verduras.

En el lugar, desbordando los cajones, las inmensas manzanas de Río Negro contrastaban con el monótono verde de otras estanterías.

Disfrutando su colorido, las observó detenidamente: eran tentadoras como ninguna otra fruta. Por el tamaño parecían dulces; sin embargo, por la apariencia de su textura, las imaginó ácidas. En realidad, nunca lo sabría sin probarlas. “Igual que las mujeres”, pensó. “Algunas son lindas por fuera y desabridas por dentro. Otras, todo lo contrario”, sonrió pícaramente.

Sin reparar en los carteles, se acercó a la estantería y tomó una de ellas. Tenía color rojo intenso y forma absolutamente femenina. Abstraído por su belleza, la frotó contra la solapa del cárdigan para sacarle brillo y curiosamente, como si fuera un espejo, la manzana reflejó todo el entorno. Era tal la nitidez con que veía, que hasta logró observar los números que marcaba la balanza: tres kilos de papas, dos de cebollas, medio de pepinos y unas hermosas piernas asomando por debajo de la caja registradora.

Haciéndose el distraído caminó de espaldas hacia el mostrador y utilizando la manzana como si fuera un retrovisor, observó nuevamente a la cajera: realmente hermosa. Su porte era exuberante y el delantal le apretaba el cuerpo desbordando sus formas.

Sumido en el erotismo de su fantasía, no pudo evitar mirarle descaradamente los pechos. Y cuando su imaginación ya traspasaba los límites del atrevimiento, con severidad fue reprendido desde el mostrador:

-¡No toque lo que no va a llevar, amigo!

Por un instante quedó paralizado y rápidamente bajó la manzana intentando disimular su actitud.

-¡La fruta no se toca! ¿No sabe leer, usted? -volvió a decirle el encargado mientras le señalaba los carteles indicadores.

Avergonzado, caminó hacia la estantería y repuso la fruta donde la había tomado. Cuando intentaba recuperar su aplomo y el carrito con las compras, inesperadamente lo tomaron del brazo para indicarle: 

-¡Vamos querido! Aquí las cosas son tan caras que no vale la pena ni mirarlas.

2 comentarios:

Javier dijo...

el viejo era más verde que los pepinos y más picante que el ají de las góndolas jajaja.
Estamos organizando un asadito-bloger posiblemente en el Parque Pereyra junto con otra gente qu eescribe, pasate por mi blog. Está todo el mundo invitado, bvienen de capital y hasta de Mar del Plata.
Nos vemos pronto.

Anónimo dijo...

Lo prohibido siempre tienta...hay que saber parar a tiempo..