lunes, 29 de junio de 2009

Dialéctica sentimental

Es curioso que el amor, con su delicada complejidad, sus anécdotas difíciles, sus temerosos protagonistas y sus engaños reciclados, esconda, en su centro, una secreta e irreductible matemática. Porque así como una sinfonía puede ser despojada de todos sus clarinetes y violines, y ser reducida a una ingenua melodía para piano, el amor también puede ser, sin su adorno, un sencillísimo patrón binario:

a b a b a b

Mi amiga Marcela, por ejemplo, tuvo cuatro relaciones importantes a lo largo de su vida. La primera fue con un director de cine, con el que tuvo un vínculo intenso, macizo, absoluto. Se completaban de forma tan simétrica, que no podían vivir el uno sin el otro. No obstante, su amor era tan apasionado como sus peleas, y finalmente, luego de tres años de felicidad inestable y dolorosa, se separaron para siempre.


Luego de esa relación, Marcela se puso de novia con un profesor de matemáticas tranquilo y compañero que le trajo paz y estabilidad. Conoció por primera vez lo que era una rutina gratificante y reposada: iban juntos al cine, cenaban con amigos o hacían arreglos de la casa. Pero en el medio de tanta felicidad ocurrió una tragedia: Marcela se enamoró de otro.

El otro, según Marcela, era un escultor brillante. Con él floreció: estudió arte, conoció Europa y volvió a pintar (lo había dejado para dedicarse a la docencia). Fue una etapa muy productiva pero muy triste de su vida, porque si bien estaban muy enamorados, también vivían compitiendo. Él vivía haciéndola sentir menos, y ella, que en el fondo también creía que era inferior, no pudo dejarlo sino hasta que lo encontró con una alumna en la cama.

Luego de esa experiencia Marcela cambió para siempre. Colgó los pinceles y se cerró de manera serena y cerebral. Conoció a un ingeniero estricto y organizado que le ordenó la vida. Se enamoró y se casó a los seis meses, tuvo dos hijos, y ahora vive sin sobresaltos, cuidando a su familia.

Este ejemplo tiene, como única intención, ilustrar una obviedad: después de una relación “A” (el director de cine), sólo es posible una relación “B” (el profesor de matemática), al pasar mucho tiempo en la serenidad de una relación “B”, invariablemente buscamos una del tipo “A” (el escultor), que termina por empujarnos, heridas y desesperadas, a los brazos de una persona que nos sane, o una relación “B” (el ingeniero) .

Las relaciones “A” son las fundadoras del clisé de la media naranja, porque pudiéramos resumir la relación en un sólo sentimiento, sería justamente ese: el de haber sido completado por otra persona. Son, además, si se me permite el lugar común, puro fuego. Su amor tan intenso, tan perfecto, tan profundo, que emborracha. Es la perfecta sincronía del cariño mútuo. Es como el amor de las novelas, de los libros, del cine. Sin embargo, tanto amor tiene sus efectos colaterales: toda la pasión es también ira, toda la simetría es, a su vez, competencia, y toda la genialidad es, además, narcicismo. Las relaciones “A” son un agujero negro: una opulenta fuerza que absorbe y asfixia a los integrantes de la pareja.

Las relaciones “B”, por el contrario, son confortables y serenas. Iluminan a las personas como estrellas tibias que sanan, mejoran, que hacen bien. Son vínculos apacibles, considerados, duraderos que construyen matrimonios rutinarios pero sólidos, para toda la vida. Sin embargo, son, de manera simple y espontánea, vínculos incompletos. El otro miembro es, a lo sumo, un buen compañero, un gran padre o un cable a tierra, pero jamás un amor absoluto.

Para ilustrarlo mejor, voy a ensayar algunos símiles: las relaciones “A” podrían ser una exquisita torta de chocolate con ocho capas de dulce de leche y merengue italiano, y las “B” un sutil budín de limón o una torta de manzanas. O un auto de fórmula 1 y un compacto de dos puertas. O por qué no, un par de stilettos de taco aguja y unos mocasines de cuero legítimo.

El amor se mueve, entonces, sinuoso como una víbora indecisa. Quien elige a un “A” corre el riesgo de morir herido en una pelea y el que se casa con un “B”, de morir insatisfecho. Sin ir más lejos, es muy común escuchar a un hombre decir que si se volviera a casar, lo haría con una mujer tranquila y compañera que “no le rompa las pelotas” o a una mujer decir que su marido es buen padre y esposo, pero que le falta algo.

Siempre que una mujer abandona a un hombre del que está muy enamorada, sólo está dejando a un “A” que le hace daño; y cada vez que una mujer es infiel, en realidad está tratando de quedarse con lo mejor de ambos mundos: un hombre “B” que la cuide, y un “A” que la haga sentir perfecta. (Texto escrito por Carolina Aguirre)

lunes, 22 de junio de 2009

El viejo ... ¿mito?

¿Es cierto que la falta de sexo nos pone de malhumor? Cuatro etapas en la vida en que el sexo puede complicarse... y sus consecuencias. Opiná.

Junto con la liberación femenina y la masificación del psicoanálisis, los hombres crearon una figurita popular que hoy aparece en todos los chismes de pasillo: la "malco", una histérica que vive malhumorada a causa de la abstinencia sexual.

Tanto es así que, hoy en día, cualquier persona enojada es una "malco" potencial: una jefa estresada, una clienta que hace un escándalo en el supermercado, una profesora con el ceño fruncido, una madre agobiada o una moza que atiende quejosa. A todas les adjudican el mismo estigma: la falta de sexo.

14-18 años: No tener dónde

En la adolescencia, el gran estigma sexual no es la falta de experiencia, sino la de un lugar adecuado para concretar. Vivimos con la familia, no podemos entrar en un hotel alojamiento, y el dinero escaso limita el ingenio. El sexo, por decirlo de alguna manera, está cerquita, pero atrás de una muralla.

¿El resultado? Tensión, peleas y portazos con cualquiera que se interponga entre la cama y nosotras. Maestros, padres rígidos, patovicas... todos son el enemigo. Vivimos en una especie de excitación continua, molesta, pegajosa, que nos empuja a buscar paliativos para soportar la obligada castidad: horas de besos interminables, manitos en las piernas, llamadas por teléfono a toda hora, prolongados encierros con la música bien fuerte y cualquier tipo de contacto físico de contrabando, que haga más liviana la dieta sexual. Basta con ir a una plaza, a un boliche, a un local de fast food para ver adolescentes apilados, besándose hasta la asfixia, empujándose o tirándose encima de otros, como autos que viven calentando el motor pero nunca arrancan en serio. La situación es dura incluso para quienes consiguen concretar, porque las ganas no siempre coinciden con la oportunidad. Siempre hay una madre que vuelve antes de tiempo o un hermanito que golpea la puerta y pregunta qué estamos haciendo.

19-29 años: No tener con quién

No tener sexo a los 20 años es como dejar la canilla abierta. Un desperdicio total. En plena madurez sexual y sin compromisos, recién mudadas y con una colección de bombachas a estrenar, las solteras muchas veces nos vemos obligadas a quemar los sábados mirando series o hablando por teléfono con una amiga sobre los hombres que dijeron que iban a llamar, pero nunca lo hicieron. No es que el sexo sea la única felicidad posible, pero ante la falta de pareja estable, se transforma en un bien preciado de aparición incierta. Como la lluvia en el campo o un premio en la ruleta.

¿El resultado? Hay para todos los gustos, pero predomina la melancolía. Mucho jogging, charla con amigas, atracones de chocolates, exceso de comedias románticas, conversaciones estériles sobre relaciones pasadas, añoranza de viejos novios, repaso de fotos y cartas viejas. Algunas incluso viven para "envidiar" a las parejas estables: para ellas, todas son infelices, infieles o se van a separar en cualquier momento. Otras, en cambio, sólo histeriquean y fantasean. Piden que le presenten a alguien o anuncian que se van a abocar al sexo casual, pero cuando llega el momento de hacerlo, salen corriendo.

29-39 años: No tener cuándo

¡Por fin, con una pareja estable llega la provisión garantizada de sexo a granel! Ya no hay que salir a buscarlo como un indio recolector. Ahora está a dos manotazos, en la misma cama. Sin embargo, este gran momento de continuidad sexual garantizada es un paraíso de mentira. Los primeros hijos y el despegue de la carrera se interponen en la vida sexual.

¿El resultado? Sexo mecánico y esporádico. Estamos tan cansados de trabajar, llevar a los chicos al colegio, limpiar la casa, cumplir con la familia y, por qué no, realizar algún hobby, que a la hora del sexo, más de uno prefiere una pizza. De hecho, la fantasía número uno en parejas es poder dormir la siesta.

Pero eso no es todo. También hay paranoia y estrés, porque ni siquiera podemos relajarnos y vivirlo como una etapa más. Nos presionan las estadísticas, las teorías y los consejos que vienen como balazos para cuestionar esta impasse sexual. ¿La falta de sexo es un índice de malestar en la pareja? ¿Cuántas veces hay que hacerlo por semana para ser normal? ¿Es verdad que el tantra yoga garantiza ocho horas de sexo salvaje? ¡Si con mi marido lo hacemos en quince minutos, cuando los chicos duermen!

39-49 años: No tener cómo

La peor abstinencia de sexo no tiene que ver con la carencia, todo lo contrario. Como su nombre lo indica, el síndrome de la "malco" tiene mucho más que ver con la calidad que con la cantidad de encuentros sexuales. Un marido impotente, una relación aburrida y desgastada, una rutina agobiante, una pareja que ya no te gusta más o que ya no funciona, y tiene encuentros soporíferos que sólo sirven para ponernos de malhumor.

¿El resultado? Amargura, amargura, amargura: la persona está ahí y existe el contacto, pero algo está mal. Es como mirar unos zapatos con la cara aplastada en la vidriera. Incluso la soltería más abandónica es de impacto más suave en el carácter, porque la experiencia parece tan lejana que se vuelve casi de ficción.

Lo cierto es que sin que importe la edad, la abstinencia sexual es un espejismo. El sexo es un ejercicio que si bien no se olvida, se vuelve irreal y difuso con la distancia. Entonces, mientras más lo practiquemos, más ganas vendrán. En cambio, mientras menos sexo tengamos, más desidia, más olvido, más lejanía.

Es un poco como comer golosinas. Si no comés chocolate nunca, te olvidás del sabor y se apacigua el deseo. Si, en cambio, acabás de comerte un bombón, es posible que estés merodeando la caja durante todo el día. Ser una "malco", entonces, es como tener hambre. ¿Y quién no se pone fastidioso cuando el estómago cruje pidiendo un bocadito
?

domingo, 14 de junio de 2009

De a dos, ¿para qué?

(Entrevista a Sergio Sinay publicada por el diario La Vanguardia, de Barcelona; el 24 de febrero de 2005)

-El amor no existe.

-No me diga eso...
-Eso de que hay una gran nube que se llama amor y que si uno logra pasar por ahí abajo será tocado por una influencia mágica que le cambiará la vida me parece...



-¿Una estupidez?
-¡Sí!, como decir que el amor se crea a partir de las similitudes, encontrando el alma gemela. Se crea trabajando las diferencias que existen entre dos personas que se eligen para formar una pareja fecunda y trascendente.

-Suena a clase de filosofía...
-El paradigma amoroso que hemos creado ayudados por el cine, la literatura y las creencias sociales, esa idea de que todos estamos destinados a vivir un gran amor, ha generado mucho sufrimiento; hasta el punto de que hay gente convencida de que ha amado muchísimo porque ha sufrido mucho.

-Lo del sufrimiento por amor es un clásico.
-Hay que cambiar ese paradigma. Hay que empezar por entender que la construcción amorosa es un trabajo.

-¡Y dale con el trabajo...!
-Creemos que el trabajo es sudor y sufrimiento; ocho horas en una jaula con luz eléctrica, sin fumar y deseando largarte. La idea de trabajo está disociada de la idea de creación, de gozo. Amar es construir desde ahí.

-¿Pero qué quiere construir?, ¿por qué?, ¿para qué...?
-A ver, antes quiero aclararle una cosa: yo no creo que sea obligatorio tener una pareja. Pero hay que entender que estar en pareja no es un fin en sí mismo. Si decides estar con alguien, mejor trabajar para conseguir darle sentido y contenido a esa relación.

-Pero dos personas empiezan a ser pareja porque se han enamorado, no porque se amen.
-Sí, y quizá demasiado rápido, porque el enamoramiento es desconocimiento del otro, atracción e ilusión, y no siempre acaba en amor. El amor es conocimiento y aceptación del otro y requiere tiempo y ganas.


-Deme un punto de partida...
-Dos personas que aspiran a estar juntas deberían preguntarse: "¿Para qué quiero estar con el otro?"... No por qué, sino para qué, porque pedir pasión, comprensión y amor es pedir un abstracto. Si vamos preguntándonos sucesivos para qués, llegamos a una respuesta que no admite otro para qué.


-¿Por ejemplo?
-Para profundizar en la vida a través del amor. Luego viene la otra pregunta: "¿Cómo propongo que sea nuestra relación de manera que ese para qué sea posible?". Pero si no hay un para qué en común, olvídate del cómo, del qué necesito del otro, y del qué le ofrezco al otro; preguntas inevitables si quieres construir una relación con otro. Del mismo modo, si no hay combustible emocional, no tiene sentido plantearse la pregunta.

Yo creo que las parejas tienen un momento de estar juntos con mucho amor, cumplen alguna llamémosle misión, traer un hijo al mundo por ejemplo, y luego se termina. Separarse cuando ya no hay un camino para seguir juntos es una forma amorosa de liberar al otro y liberarse a uno mismo. Pero mucha gente elige vivir la pareja como una condena.

-Honestidad mientras dure.
-El amor es un acceso al otro y el permiso a ser accedido por otro, algo muy creativo que merece la pena recorrer con sentido. Si naciéramos solos en islas desiertas, no tendríamos nombre. El otro nos da identidad.

-¿Cuál es el peor enemigo del amor?
-El piloto automático. Dar al otro por sabido, por oído y por sentido. El fuego, la pasión, puede acabar, pero el calor de las brasas es el más placentero.

domingo, 7 de junio de 2009

El año próximo, a la misma hora

Juan y Doris son dos amantes ocasionales que después de un apasionado encuentro en una cabaña en Chapadmalal, deciden volver a verse una vez al año, a la misma hora y en el mismo lugar, durante los próximos treinta años.
Actualmente, Adrián Suar y Julieta Díaz protagonizan en el teatro esta obra hecha film en el año 1978 (con Alan Alda y Ellen Burstyn), y anteriormente también en versión teatral con Thelma Biral y Rodolfo Bebán.




Es una comedia romántica que habla de la infidelidad y del amor. Cada uno de ellos tienen su relación propia de pareja, pero hay algo que no los completa.
Más allá de que se encuentran como un hombre y una mujer, viven su propia historia de amor, estableciendo así un pacto lo más noble posible.
Ellos se encuentran en una cabaña, sin sus familias, sin sus hijos, sin su entorno, despojados. Hay algo de libertad de poder ser ellos mismos sin demostrarle nada a nadie. En treinta años, se ven 90 días. Y ellos lo sostienen en el tiempo. Se eligieron en la vida, se encontraron, se vieron, se entendieron. Verse los ayuda a reelegir a sus parejas.
La obra plantea algo más profundo que una historia de amor. En la vida, el hombre y la mujer si no tienen una zanahoria ... Y esa zanahoria existe en lo laboral, en la búsqueda personal, en el amor.

¿Qué pensás que te pasaría a vos?