El quinto piso estaba vacío.
Un cartel dictaminaba: “aquí no hay maridos… este piso sólo fue construído para demostrar que, a las mujeres, no hay poronga que les venga bien”.
Pero cuenta también esta fábula que, al otro lado de la calle, un edificio exactamente igual vendía esposas. El cartel del primer piso decía: “aquí hay esposas a las que les gusta el sexo”. El del segundo piso decía: “aquí hay esposas a las que les gusta el sexo y no rompen las pelotas”.
Nadie supo jamás qué había en los tres pisos restantes.
Históricamente, el “objeto sexual” ha sido siempre la mujer. La que es “usada”, como si fuera una cosa, para satisfacer los deseos, “los más sublimes y los más perversos”, como diría el Rey Enrique VI, siempre fue la dama.
Sin embargo, los tiempos han cambiado y las chicas modernas hablan de tener “chongos”, “amigos con privilegios” y toda clase de partenaires para exclusivo uso carnal y sin compromiso de compra. Ahora el objeto sexual son los hombres.
Como decían las Viuda e Hijas de Rocke Enroll, un hombre hoy diría “sólo nos quieren para eso”.
Desde los tiempos mas remotos y declarado por ellos, los machos de las especie siempre buscan, básicamene, dos cosas en una compañera: mucho sexo y pocas pretensiones.
La mujer que, entonces, siguiendo esta nueva tendencia, toma al macho por mero objeto sexual, no hace más que cumplir una de las fantasías más ancestrales del imaginario masculino.
Por eso, acá va la pregunta “¿Qué le pasa al caballero cuando se ve convertido en un mero instrumento de placer?”,